domingo, 28 de noviembre de 2010

Camino a Rogitama / Winston Morales Chavarro


El autor de Camino a Rogitama ha oído los murmullos de los siglos que soñaban en los anales de la memoria y les ha dado una nueva belleza. ¡La belleza! Por el poeta, la belleza es esta puerta de la perfección cuya llave es el amor. El amor, todavía el amor, siempre el amor. Esta palabra y sus variaciones aparecen al menos y a manera de invocación mágica 55 veces a lo largo de este poemario, paseando al lado de nuestros héroes. Winston Morales les nombra poema tras poema: Circe, Orfeo, Hércules, Ulises, Midas, Eros, Prometeo… todos siendo combatientes y buscadores del amor. Se puede añadir Circe-amor, Orfeo-amor, Hércules-amor…

Marcel Kemadjou Njanke, Dúala, Camerún.

Memoria de mis manos / Lidia Corcione Crescini

Si hubiera que encontrar un símbolo para dar cuenta de los poemas de Lidia Corcione éste sería el del peregrinaje. Una manera de viaje en busca de la voz y de un territorio que se desplazan delicados entre la infancia, la mundanalidad de los años adultos y un sentimiento religioso siempre presente. En ese andar encuentra los hallazgos imprevistos de la poesía: “Solo existe fuego / en el corazón del hombre”. Estos versos que parecen sentencias resplandecen para dar sentido a la invocación secreta que a lo mejor es la poesía.
No estoy seguro de que la poesía se lea. Creo que en el acto de encuentro de lo que el poeta revela con los ojos de quien tiene esas palabras frente a los ojos ocurre una operación espiritual distinta. Si es así como no agradecer este talismán: “Todo lo que soy / lo soy ahora”. Este es un milagro: la posibilidad de existencia surge en y por el poema. Milagro y riesgo por cierto.

Roberto Burgos Cantor.

Destino silencioso y postcards / José Camilo Vásquez Caro

El poeta es un cazador de instantes, de palabras que se revelan fugaces en el alfabeto de la noche y el ser. Reconstruir lo fragmentario, explorar en lo invisible, en las rupturas del tiempo y la linealidad, para instalar el diálogo culminante que quiebre los espejismos de la vigilia, es el conjuro que persigue de súbito en los días, en las calles o en los insomnios al alba.
No es casual que este libro de José Camilo Vásquez, invoque un destino silencioso, sea como una postal que se detiene inmóvil en la memoria, en la palabra que se deshace en la escritura, en un sentido que huye tan pronto se vuelve tangible. Mirada breve, bosquejo de lo que apenas se fija en el murmullo de las hojas que caen, este libro en su sencillez, pretende congelar el tiempo, alcanzar la suspensión del movimiento continuo, vislumbrar lo estático en la invasión de lo que fluye.
Sí, lector de las estaciones que se desploman en los haikús de Basho, de los milagros de simplicidad de William Carlos Williams, del Atila Józef que habló con el murmullo de los ahorcados, el libro de José Camilo Vásquez rueda como dado que fluye entre dos lenguas. Su autor, de tanto estar aquí y allá, se transformó en pasajero inmóvil, sereno recolector de silencios, en los que se ha detenido con la vislumbre de la unidad, de haber encontrado el único ritmo del universo.

Guillermo Martínez González.